Érase una vez unas manos que quizás no hiciesen historia, pero si fueron eternas en la memoria de una piel que nunca olvida las caricias. Manos ávidas por aprender a ciegas, sintiendo el máximo placer al escuchar el silencio exquisito del roce de dos cuerpos, que nacieron para conocerse. Manos que intentan descubrir el infinito, abrazar entre sus yemas un alma escondida. Manos que recogen una a una con cariño; la tristeza de unas lagrimas... de unos ojos aun llenos de vida.
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