Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Capítulo 68, Rayuela

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.


Una posible traducción:

Apenas él le rozaba la piel, a ella se le colapsaba el corazón y caían en pasiones, en salvajes deseos, en suspiros exasperantes. Cada vez él procuraba rosar las comisuras, se unían en un quejumbroso gemido, y debía envolverse de cara al éxtasis de dicha ocasión, , sintiendo como poco a poco la venas se contraían, se iban contrayendo, reduciendo, hasta quedar tendido como un árbol marchito al que se le han dejado caer unas gotas de agua. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se encontraría de nuevo sedienta de amor, teniendo en cuenta que el suavemente le aproximaba su cuerpo. Apenas se abrazaban, algo como el vuelo de una ave libre los rodeaba, los saciaba y conmovía, de pronto era un ciclón, las hormonas erupcionaban, la fogosidad explotaba del corazón, los sentimientos del alma se notaban a flor de piel. ¡Amor! ¡Amor! Se veía en sus pupilas, se sentía la ternura, cariño e ímpetu de afecto. Temblaba el mundo, el piso se agrietaba, y todo se resumía en un verdadero sentimiento, en millones de sensaciones, en un calor casi cruel que los llevo hasta el limite de sus alientos.

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