Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

El tigre

En memoria de George Oppen

En San Francisco, ese invierno, 
había una pequena y oscura tienda 
Ilena de Budas somnolientos. 
La tarde que entré 
nadie vino a saludarme. 
Estaba parado entre los sabios 
como si tratara de leer sus pensamientos.

Uno era enorme y hecho de piedra, 
unos pocos eran del tamaño de la cabeza de un nino y tenían manchas de color sangre seca. 
Incluso había otros no más grandes que un ratón, 
y parecian estar escuchando.

"Los vientos de marzo, vientos negros, los arenosos vientos", escribió el poeta muerto.

Al ocaso su calle estaba vacia 
excepto por mi larga sombra 
abierta ante mí como tijeras. 
Su casa estaba donde yo conté la historia del soldado ruso, 
ése que parecia chino.

Yacía herido en la cama de mi padre, y yo le llevaba agua y fósforos.

A cambio de eso me dio un pequeño tigre de marfil. Su hocico estaba abierto de cólera, pero no tenía rayas. 
Hubo una noche en que yo pinté 
sus ojos de negro, su Iengua de rojo. Mi madre sostenia la Iámpara para mi, preocupada por el tipo de suerte 
que esta bestia podría traernos.

El tigre en mi mano rugió suavemente 
cuando estábamos solos en la oscuridad, 
pero cuando puse mi oreja en la puerta del poeta esa tarde, no escuché nada.

"Los vientos de marzo, vientos negros, los vientos arenosos", escribió una vez".

(De "Hotel Insomnia", 1992)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario