Nunca me dejaron, me dijo con una sonrisa inofensiva, bien sabiendo que lo que acababa de pronunciar era casi una sentencia, o tal vez un presagio.
Y yo, le devolví la sonrisa con cara de Superman, tratando de convencerme de que nunca me dejaría. Me mordí la lengua para no contarle que tampoco a mi, jamás me habían dejado. Abrí los labios, cerré los ojos y la besé, mientras mis dedos comenzaban a escalar su pelo.
Este amor, sin duda sería un duelo de finales, aunque en ese momento fuera solo una batalla de lenguas ciegas y mis manos mansas, que se aliaban con su pelo y se perdían como el aire que me faltaba.
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