Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

El profesor

El profesor En el patio, un ruido de botas con espuelas. Desde lo alto de las botas, tronó la voz de Alcibíades Britez, jefe de policía del Paraguay, un servidor de la patria que cobraba los sueldos y recibía las raciones de los policías difuntos. 

Desnudo, tirado boca abajo sobre el charco de su sangre, el prisionero reconoció la voz. Ésta no era su primera estadía en el infierno. Lo interrogaban, los estudiantes o los campesinos sin tierra hacían alboroto y cada vez que aparecía la ciudad de Asunción llena de panfletos para nada cariñosos con la dictadura militar. 

La bota lo pateó, lo hizo rodar. Y la voz del jefe sentenció: 

—El profesor Bernal… Vergüenza debía darte. Mira el ejemplo que les das a los muchachos. Los profesores no están para armar líos. Los profesores están para formar ciudadanos. 

— Eso hago —balbuceó Bernal. 

Contestó por milagro. Él era un resto de él.

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