Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Yo visitaré anhelante

Yo visitaré anhelante
los rincones donde a solas
estuvimos yo y mi amante
retozando con las olas.

Solos los dos estuvimos,
solos, con la compañía
de dos pájaros que vimos
meterse en la gruta umbría.

Y ella, clavando los ojos,
en la pareja ligera,
deshizo los lirios rojos
que le dio la jardinera.

La madreselva olorosa
cogió con sus manos ella,
y una madama graciosa,
y un jazmín como una estrella.

Yo quise, diestro y galán,
abrirle su quitasol;
y ella me dijo: «¡Qué afán!
¡Si hoy me gusta ver el sol!»

«Nunca más altos he visto
estos nobles robledales:
aquí debe estar el Cristo,
porque están las catedrales.»

«Ya sé dónde ha de venir
mi niña a la comunión;
de blanco la he de vestir
con un gran sombrero alón.»

Después, del calor al peso,
entramos por el camino,
y nos dábamos un beso
en cuanto sonaba un trino.

¡Volveré, cual quien no existe,
al lago mudo y helado:
clavaré la quilla triste:
posaré el remo callado!

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