Yo no distingo ya
desde un piso cuarto
un cetro de oro
de un bordón de palo.
Y pienso que a mil metros,
desde el vuelo perdido de los pájaros,
debe de ser lo mismo
la toca de una bruja que el capuchón de un santo.
Y que allá de ese vuelo
más alto… muchísimo más alto,
desde el sitio de Dios,
fuera del tiempo y del espacio,
el hombre no se verá ya
ni grande ni chico, ni bueno ni malo.
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