En la penumbra de la noche, donde las sombras susurran secretos, se teje un amor que desafía las reglas del mundo. Es un amor cómplice, aquel que se desliza entre miradas furtivas y sonrisas ocultas, un susurro que se escapa de los labios y se pierde en el aire, como un perfume que solo los dos pueden reconocer.
Bajo la luz tenue de la luna, se encuentran en rincones olvidados, donde el tiempo parece detenerse y el universo se reduce a la calidez de sus manos entrelazadas. Cada encuentro es un pacto silencioso, una promesa de que, aunque el mundo no lo entienda, su amor es real, palpable, como el latido acelerado de sus corazones.
Las palabras no siempre son necesarias; a veces, basta un roce, un gesto, una mirada que dice más que mil frases. En ese espacio robado, construyen un refugio donde los miedos se disipan y las dudas se desvanecen. Cada beso es un acto de rebeldía, un desafío a las normas que intentan separarlos. Es un fuego que arde en secreto, alimentado por la pasión y el deseo, que se enciende en la oscuridad y brilla intensamente en la intimidad.
Pero también hay un peso en este amor clandestino, una carga que llevan en el pecho. Saben que el mundo exterior no siempre es amable con lo que no comprende, que hay corazones que no aceptan lo que no se ajusta a sus moldes. Sin embargo, en su complicidad encuentran la fuerza para desafiar lo establecido, para construir un mundo donde solo ellos existan, donde el amor no tiene restricciones.
Así, entre risas y lágrimas, entre promesas y despedidas, viven su historia a escondidas, conscientes de que cada momento es un regalo, un instante robado al tiempo. Y aunque el amanecer traiga consigo la realidad, saben que en la oscuridad de la noche siempre habrá un lugar para su amor, un refugio donde el silencio hable y el corazón cante su canción más hermosa.
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