No tener un regazo que nos brinde, piadoso,
tras los rudos cansancios del humano fracaso,
la ilusoria certeza de un sereno reposo.
¡No tener un regazo!
No tener una estrella cuyos níveos fulgores
en el alma nos rimen la sonata más bella,
en la noche enlutada de los torvos dolores,
¡No tener una estrella!
No tener un perfume redentor del cautivo
corazón, que en las redes del pesar se consume,
con la amarga nostalgia del recuerdo más vivo,
¡No tener un perfume!
No tener una amada, melancólica y buena,
que nos cante, muy quedo, la canción ya olvidada
del amor, y que sepa suavizar nuestra pena...
¡No tener una amada!
Y estar lejos, muy lejos del edén florecido;
y seguir siendo triste, soñador, dolorido,
y pasar por la vida como sombra ignorada,
sin tener para el alma que triunfó del olvido,
¡ni regazo, ni estrella, ni perfume, ni amada!...
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