Terminaba acurrucada fuertemente a su pecho o arrodillada, como pidiendo clemencia, felizmente vaciada y llena de él. Por sus piernas escurría el fluido de su amor, el que él le profesaba, mirándose enamorados sonreían, ella agotada, satisfecha… él también.
Así eran sus encuentros, de una pasmosa intensidad, donde los cuerpos y el alma se fundían en uno solo, en entrega total, sin tiempo, en la intimidad.
No era un amor físico, iba más allá de eso, se exploraban, se disfrutaban, se gozaban, se devoraban, se bebían ávidos uno del otro, gemían, jadeaban, suspiraban, se entregaban totalmente, no se guardaban nada, entre besos y caricias, entre abrazos y suspiros, en amoroso combate donde no había vencedor ni vencido, solo un éxtasis celestial en ambos.
Se aferraban uno al otro, se estrujaban, se reconocían, se descubrían, sin límite, sin reserva ni pudor, se hablaban como lo hacen los amantes en ese íntimo momento, compartiendo sueños y fantasías, todos los sentidos puestos al máximo en ese maravilloso momento de total y absoluta entrega.
Más allá de una mera atracción física, se gustaban, se daban en cuerpo y alma uno al otro, demostrándose el mutuo amor que los unía. Todo era perfecto, único, divino, excelso, era un descubrimiento constante que atravesaba su piel y fluía por todo su ser. Era el encuentro de dos seres que entre ellos habían descubierto las mieles de su unión, que los elevaba y los hacía sentir que tocaban el cielo.
Después, inmediatamente después, continuaban con besos, abrazos y palabras tiernas, hasta que los vencía el sueño o despertaba nuevamente su pasión.
Después, inmediatamente después, continuaban con besos, abrazos y palabras tiernas, hasta que los vencía el sueño o despertaba nuevamente su pasión.
Era pasión, deseo ardiente y ferviente, se hacían falta y se lo demostraban cuerpo a cuerpo, piel con piel, nada podía ser mejor en ese momento, escribían cada vez una historia nueva, diferente, solo de ellos, para ellos y dentro de ellos.
Así sucedía cada vez que estaban juntos, se comunicaban con los sentidos que vibraban, con el corazón palpitando a un mismo tiempo. Ella era de él y él de ella, no querían separarse, llevaban su éxtasis a lugares inimaginables, nuevos y sensualmente exquisitos. El amor anidaba y crecía en ellos.
Invariablemente, al final quedaban fundidos en un tierno abrazo, para que el amor siguiera fluyendo libremente, manifestándose esta vez de una manera tierna y más sensible.
Eran un solo ser en dos cuerpos, eran una sola alma, eran solo uno.
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