Transcurrían los meses y la princesa gozaba de muy buena salud pero en estos últimos días algo le pasaba, se encontraba indispuesta y nostálgica, en ese estado le gustaba ir al bosque de la melancolía donde podía aislarse, dejar de pensar y de sentir. Con un hermoso vestido blanco, ya dispuesta a ingresar al bosque de la melancolía, le llegó a la mente el recuerdo de algunas palabras que alguna vez le dijera un caballero:
"En el Bosque de la Melancolía habitan todos los seres malignos del universo, algunos se hacen pasar por seres bondadosos que solo ganan la confianza de los quienes que llegan hasta la profundidad, para que con el pretexto de mostrarles las salidas, los lleven hasta un laberinto interior de donde nadie puede salir…” “La gran diferencia entre el Bosque Encantado y el Bosque de la melancolía, es que el primero está lleno de magia, fantasía, alegría, bondad, nobleza pero sobre todo, luz y amor. El segundo se encuentra pleno de hechizos, oscuridad, brujerías, demonios, maldad, tristeza sin límites y en ese lugar nunca habitará el amor.”
Aunque sabía que jamás podría dejar de ir a ese lugar, esta vez decidió dar un paseo por el bosque encantado, con el extraño presentimiento de que iba al encuentro de algo para ella desconocido. Comenzó su recorrido pasando por la orilla del lago, vio a la hermosa pareja de cisnes blancos que danzaban como si tuviesen sus cuellos entre lazados, suspiro al ver tan tierna escena de amor.
Continúo su camino iluminado por la luna, adentrándose a la profundidad del bosque. El roce de unas hojas secas, que sintió a sus espaldas, le llevó a experimentar la sensación de que no estaba sola y no tuvo temor alguno, pues sabía que en secreto el dragón siempre o casi siempre la seguía para protegerla y cuidarla, pues ella nunca lo devolvió a su dueño.
Después de recorrer un largo trecho sin rumbo definido, se encontró de repente en un claro del bosque que nunca antes en sus frecuentes paseos había visto. Un extraño resplandor daba un brillo inusitado al paraje y una paz interior inundó el espíritu de la princesa que se detuvo para sentarse al costado de un frondoso árbol, a contemplar extasiada la belleza del paisaje que la noche le brindaba… Mientras tanto, el viento enredaba aún más sus cabellos, la luna la acariciaba con su luz y un ruiseñor la arrullaba.
Sus pensamientos volaron a lejanas tierras invadiéndola un vaivén de nostalgia, así permaneció tratando de prolongar las horas con el recuerdo hasta que sus ojos se cerraron en un sublime sueño que era como el despertar de los sentidos, en busca de esos besos y caricias que sólo un caballero podía deslizar por su piel.
Ya casi amaneciendo, sintió un susurro que la hizo despertar. Confundida lentamente se giró apoyándose en la mano y su mirada quedó prendida en la insondable expresión que se reflejaba en los ojos de un hermoso y grácil unicornio blanco que había velado su sueño. Emocionada, comprendió que éste era un encuentro inesperado…
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