No hay nada mejor que una piedra en el zapato para recordarnos que el problema no es el zapato o el camino, sino la piedra.
Y no nos queda más que quitarla y seguir adelante; pero a veces nos enamoramos de la piedra y aprendemos a convivir con su molestia hasta hacerla carne viva en los huesos.
A veces no es el zapato ni es la piedra, a veces la piedra es uno mismo.
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