Eres la más humana expresión
de que la magia existe.
Lo sé desde que me susurraste tus trucos
en formato beso, aquel día en el Retiro,
desde el poema sentados en la Plaza del Museo,
- qué cuadro éramos -,
desde la primera vez que te vi niña,
jugando con los monstruos,
soñando con los ojos en las manos,
desde que temblábamos
por sabernos los mejores.
Si algo sé sobre ti,
es que aunque tuvieras mil espinas,
por un abrazo tuyo
sería capaz de clavármelas todas.
Si algo sé sobre mí,
es todo lo que he aprendido
mirándote a los ojos.
Eres mágica,
porque por más que intento explicarte,
por más que quiero darte un sentido,
tienes esa forma tan poética
de dejarme boquiabierto,
de volverme adicto a tus trucos, a tus versos sinvergüenzas,
de querer saberlo todo sobre ti,
descifrar tus partes más ocultas,
y acabarte aplaudiendo
porque vaya espectáculo,
qué fuegos artificiales en celebración de esta derrota,
qué exquisita imposibilidad de definirte,
qué tierna rendición ante tus cañones,
qué dulces conclusión a la que llegar un domingo cualquiera:
de toda la magia que hay en el mundo,
a la tuya,
es a la única a la cual
no querría darle,
jamás,
una explicación.
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