Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Soñé que estaba ella sentada a mi cabecera...

Soñé que estaba ella sentada a mi cabecera, 
y alborotaba tiernamente mi cabello con sus dedos, 
suscitando la melodía de su contacto. 
La miré a la cara, luchando con mis lágrimas, 
hasta que la angustia de las palabras no dichas
quebró mi sueño como una burbuja.
Me incorporé. La Vía Láctea se veía arder por mi ventana, 
como un mundo de silencio inflamado. 
Y me pregunté si en aquel momento estaría ella soñando 
un sueño que viniera, bien con el mío.

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