No me dejes ir, si es que para ti esa vida que dejamos también tuvo algún significado. No dejes que el olvido me borre de la geografía de tu memoria, que los mapas que te dirigen a mi nombre se pierdan, que ya nunca más ningún objeto te devuelva mi nombre, aunque sea por casualidad. No me dejes ir porque a estas alturas esa es la única esperanza que me queda, el saber que todavía vivo en la mente de alguien que amé con todas mis fuerzas, hasta llegar a despojarme de todas ellas. Encuéntrame entre tus sueños y deja que te invite a juntarnos las manos y la vida, la boca y los besos, como antaño, cuando creíamos que todo esto iba a durar para siempre.
Hoy, débil como siempre he sido, la única paz que anhelo es esa de caer inerte sobre tu recuerdo, que me entierres ahí dentro, y me guardes, quizá no como aquellas personas que llenan de felicidad todos tus paisajes, sino como el cadáver de aquel que intentó cambiarte la vida, aunque haya perdido la suya en el intento.
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