Hay territorios que no aparecen en los mapas, geografías secretas que solo conoce la memoria del deseo. Tu piel es una de ellas: continente de aromas que se despliega en mis sentidos como una carta náutica escrita en alfabeto de caricias. Cada poro es una isla, cada pliegue un estrecho donde naufragan mis certezas y emergen, húmedas y palpitantes, las verdades que solo el tacto sabe pronunciar.
El olor de tu piel no es perfume ni esencia fabricada en laboratorios de vanidad. Es el aroma primigenio de la tierra después de la lluvia, cuando el mundo se vuelve promesa y los árboles respiran por primera vez. Es sal y miel, es viento que ha dormido entre sábanas de algodón, es el secreto que guardan las madreselvas al amanecer, cuando el rocío las bautiza con su bendición silenciosa.
Reconozco tu fragancia en multitudes, la rastro como los perros buscan el rastro de lo amado entre mil senderos confusos. Tu aroma es mi brújula, mi norte magnético, la señal que me devuelve a casa cuando las palabras se agotan y solo queda el lenguaje primitivo de los cuerpos que se reconocen en la oscuridad.
Hay quienes coleccionan mariposas o monedas antiguas. Yo colecciono los matices de tu olor: el que tiene tu cuello cuando despiertas, tibio y vulnerable como un nido de golondrinas; el que emana de tus muñecas cuando escribes, mezclado con tinta y papel; el que se adhiere a tu cabello después de caminar bajo el sol, cuando llevas prendido en cada hebra un pedazo de cielo.
Tu piel habla en aromas, susurra historias que solo mi olfato comprende. Es idioma sin gramática, poesía sin métrica, música que solo mis sentidos saben traducir. En el olor de tu piel se cifra el misterio de lo que somos cuando las máscaras caen y solo queda la verdad desnuda, esa que no necesita palabras para ser dicha ni promesas para ser creída.
Por eso cuando te alejas, cuando el tiempo y la distancia se interponen como murallas entre nosotros, cierro los ojos y respiro hondo, buscando en el aire los vestigios de tu presencia. Y siempre, siempre encuentro en algún rincón de la memoria ese aroma que me confirma que has pasado por mi vida como pasa el viento por el trigo: dejando huellas invisibles pero indelebles, sembrando en mi alma la certeza de que algunos paraísos no están perdidos, sino simplemente esperando a ser respirados.
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