Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

MORENA MÍA

En la penumbra dorada del atardecer, tu piel se vuelve cobre bruñido, morena mía, y cada paso que das sobre la tierra seca despierta ecos ancestrales. Eres la continuación de todas las mujeres que caminaron antes que tú con el mismo fuego en los ojos, la misma fuerza silenciosa que dobla las ramas sin quebrarlas. Tu risa es el rumor del viento entre los maizales, tu silencio es profundo como los cenotes donde se reflejan las estrellas.

Morena mía, guardas en tus manos el secreto de las tortillas que crecen redondas y perfectas, el misterio de las flores que abren sus pétalos al primer rayo de sol. En tu mirada habita la sabiduría de quien conoce el lenguaje de la lluvia y sabe cuándo sembrar y cuándo esperar. Tus trenzas son ríos oscuros que fluyen sobre tus hombros, llevando historias que solo la luna ha escuchado completas.

Cuando caminas, la tierra te reconoce como suya, morena mía, porque en ti vive el color de la arcilla fértil, el tono de los troncos que han resistido cien tempestades. Eres raíz y fruto a la vez, memoria que se hace presente, canto que se vuelve silencio, y en ese silencio, toda la música del mundo esperando nacer de nuevo en tu voz, morena mía, en tu hermosa y eterna presencia.

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