Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

COINCIDIR

Hay algo de milagroso en el encuentro fortuito, en esa geometría secreta que hace que dos almas se crucen en el momento exacto, como si el universo hubiera estado tramando ese instante desde el principio de los tiempos. Coincidir no es solo estar en el mismo lugar al mismo tiempo; es reconocerse en el otro, encontrar en su mirada el reflejo de nuestras propias búsquedas.

Pienso en las casualidades que no son casuales, en esos hilos invisibles que nos atan a ciertos encuentros. El café derramado que nos hace llegar tarde y tropezar con quien menos esperábamos, la canción que suena en la radio justo cuando pasamos por esa esquina donde alguien la tararea, el libro que se cae de la mesa en la biblioteca y que otra mano recoge al mismo tiempo que la nuestra se extiende.

Coincidir es también coincidir con uno mismo en momentos inesperados: esa frase que escribimos y que años después leemos como si la hubiera escrito un extraño, esa fotografía que nos devuelve a un yo que creíamos perdido, esa sensación de déjà vu que nos susurra que ya hemos caminado por estos pasillos del alma.

En el fondo, toda la vida es una serie de coincidencias que van tejiendo el tapiz de nuestra existencia. Coincidimos con el dolor y con la alegría, con la pérdida y con el encuentro, con las palabras justas en el momento preciso. Y tal vez, solo tal vez, el verdadero arte de vivir consista en estar atentos a esas coincidencias, en no dejar que pasen desapercibidas, en celebrar el misterioso orden del caos que nos permite coincidir, una y otra vez, con todo aquello que necesitamos encontrar.

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