Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

MI PIEL EN TU PIEL

Hay geografías que no se miden en kilómetros sino en latidos. Mi piel en tu piel es un mapa sin fronteras, un territorio donde se funden los límites de lo mío y lo tuyo, donde el yo se disuelve en el nosotros como el azúcar en el café de la mañana. Es un encuentro de continentes, una tectónica del deseo que remueve los cimientos de la soledad.

Cuando mi piel toca tu piel, el mundo se detiene un instante y luego gira en sentido contrario. Las palabras pierden su utilidad, se vuelven innecesarias como paraguas en el desierto. Porque hay un lenguaje más antiguo que el verbo, más cierto que la promesa: el idioma de los poros abiertos, de la temperatura compartida, del pulso que se sincroniza sin consultar relojes.

Mi piel en tu piel es una pregunta que se responde a sí misma. Es la confirmación de que existimos más allá de nuestra mente, de que somos también carne que reconoce a otra carne, superficie que busca superficie, calor que necesita calor. En ese instante de contacto se borra la distancia entre el animal que somos y el ángel que pretendemos ser.

Hay quienes buscan refugio en templos de piedra, pero yo he encontrado lo sagrado en la curva de tu hombro, en el hueco de tu cuello donde mi frente descansa como quien llega a casa después de un largo exilio. Mi piel en tu piel es una oración sin dios pero llena de fe, un acto de creencia en lo tangible, en lo inmediato, en lo irrefutablemente presente.

Cuando nos separamos, me llevo tu ausencia grabada en cada célula, como si la piel guardara memoria fotográfica de todos los encuentros. Y entonces camino por el mundo con un fantasma cálido pegado a mi epidermis, esperando el momento en que mi piel vuelva a encontrar tu piel, y el universo recuerde por qué inventó el tacto.

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